Sobre «Y la muerte no tendrá dominio», de Victoria Guerrero

y la muerte no tendrá dominio portada

Por Carmen Álvarez

Con un lenguaje sencillo, directo y preciso, las treinta y tres secciones que conforman Y la muerte no tendrá dominio revelan un viaje hacia las profundidades del mundo interno de la escritora entorno a la vida, la muerte y la maternidad.  La obra tiene una estructura particular, ya que es un collage entre la prosa, el diario y el ensayo personal. Además, presenta otros elementos como poemas sueltos, citas a escritores como el destacado poeta británico Dylan Thomas y fotografías del archivo personal de la escritora. Todos estos elementos se entremezclan con emociones y sentimientos tan profundos y ambivalentes como el miedo, la ira, el dolor, la tristeza y el amor. Esto se logra a partir de la presencia de una voz irónica, crítica y lúcida.

A lo largo de este doloroso y traumático proceso, que significó la muerte de su madre, la poeta nos abre su mundo interno con sus luchas y contradicciones. No es ella el personaje central de su obra, sino su propia madre. Uno de los temas más importantes, en este sentido, es la relación ambivalente que se establece entre la poeta y su madre. Una relación compleja de madre e hija que oscila entre el amor y el odio; la vida y la muerte. Al mismo tiempo, la infancia y la adolescencia son dos espacios a los que se recurren frecuentemente para evidenciar cómo se ha desarrollado la relación entre ambas. En pocas palabras, la literatura contribuye en la construcción de una memoria fragmentada y, sumamente, atenta sobre la muerte, los vínculos afectivos, la maternidad y el cuerpo.

Por un lado, la maternidad adquiere matices más complejos. En el texto, se cuestiona la maternidad establecida por el discurso patriarcal. Se desmitifica, la figura de la madre como ente divino. Este modelo, en realidad, es un ideal que se desmorona en la vida real. Por ello, cabe señalar que el mejor personaje de este recorrido, es la madre. Al fin y al cabo, la poeta la conoce mejor que a ella misma. A partir de este presencia/ausencia, la escritora nos confiesa los defectos, miedos y secretos de esta. Esto se demuestra, por ejemplo, en el monólogo de la sección 32: « ¿Cómo amar a una madre que no te ha enseñado a amar? La madre debe ser silenciosa, cálida, puro sustento. El mito de la buena madre es una condena de la madre real». (Guerrero, 2019, p. 68). En esta cita, se afirma que la buena madre, es decir, el ideal inmaculado de la madre es aquel que condena a la madre real. En pocas palabras, la reprime y la “asesina”. A partir de esta cita, entonces, la poeta cuestiona este ideal con el recuerdo de su madre. Su madre, efectivamente, rompe con este modelo. Esto se ejemplifica, a continuación, en un poema sobre ella:

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Mi madre desdentada.

Mi madre bipolar.

Mi madre que ya no es mi madre, ¿o sí?

Mi madre ansiosa.

Mi madre depresiva.

Mi madre con veinte kilos menos.

Mi madre callejeando.

Mi madre pintando.

La caligrafía de mi madre.

Sus hermosos cuadernos de caligrafía.

Mi madre mandando al diablo a sus hermanas.

Mi madre mandándonos al diablo.

(A veces mandar al diablo es lo mejor en un país injusto)

Mi madre llorando por una escena de película.

Mi madre terrible.

Mia madre enferma.

Mi madre sin seno.

Mi madre aislada por tres días en una habitación de hospital.

 Mi madre radiada por un cáncer de tiroides.

La risa de mi madre.

Mi madre era un escándalo.

«Mi madre era la risa, la libertad, el verano».

La rabia de mi madre.

La locura de su madre.

También la playa.

El mar y un filete de corvinas engullido hasta la cola.

Y hoy va camino a su velorio. (Guerrero, 2019, p. 57).

A través de la muerte de la madre, entonces, la voz narrativa reflexiona sobre la muerte desde una perspectiva más realista. La muerte representa una epifanía y, al mismo tiempo, un símbolo de resistencia. A través de esta lucha, la poeta se redescubre a sí misma. El deterioro progresivo del cuerpo, el paso del tiempo, la enfermedad, la angustia y la muerte están representadas en la madre. Esta posee un cuerpo enfermo, frágil y vulnerable. Sin embargo, para la hija, es un cuerpo que se resiste ante la inevitable presencia de la muerte. Para la poeta, su madre ha triunfado sobre esta: «Mi madre fue un gol. El gol de esa noche». (Guerrero, 2019, p.76). La escritura y la memoria, la hacen inmortal. La muerte, al final de este largo recorrido, no tiene dominio. La victoria de la hija es la victoria de la madre. Por eso, es importante reconocer el poder que tiene la literatura para conectar con la parte más real y profunda de nuestra existencia. Paralelamente, se desarrolla la historia entre la coneja Celadora, su hija Estremecida  y la poeta. Esta es narrada con un tono irónico. En un sentido más profundo, la relación entre la coneja y su hija posiblemente representa la relación ambivalente que hay entre la poeta y su madre.

La escritura de Victoria Guerrero nos muestra que la literatura es un medio para expresar lo que sentimos desde adentro. Lo más visceral de nuestra naturaleza. Su prosa es una catarsis personal, de lo que significó, la muerte de su madre. En este proceso doloroso, intervinieron la memoria, el cuerpo, la escritura y la maternidad. En relación con la muerte, no es fácil aceptar la irrupción de la real en nuestra cotidianidad. Sin embargo, la autora logra desestabilizar y cuestionar esta tranquilidad aparente a partir de su experiencia vital. La lucha de la madre, al fin y al cabo, es la lucha de la propia escritora ante la vida. Su escritura íntima, de esta manera, nos conecta con una experiencia tan humana y tan propia como es la muerte de la madre.

Por último, su obra ha sido premiada en la categoría «No ficción» con el Premio Nacional de Literatura 2020. Más allá de este reconocimiento, esta obra es un testimonio vivo de resistencia y lucha ante la vida.