En la historia del cómic peruano, el nombre de Marisa Godínez ocupa un lugar pionero. Activa desde los años 70, es reconocida como la primera historietista del país. Inició su camino en un medio predominantemente masculino, abriendo paso con un trazo firme y una sensibilidad que no solo cuestionaba las desigualdades, sino que también expandía los límites de lo representable. Influenciada por el surrealismo, formó parte del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, espacio desde el cual militó en el movimiento feminista peruano.
Conversar con Marisa Godínez es ingresar a un archivo vivo de memorias, dibujos y luchas. En esta entrevista, repasamos sus inicios como dibujante, los mandatos sociales sobre el ideal femenino —como el matrimonio y la maternidad— y el abordaje del cuerpo de las mujeres en su obra. Estas temáticas atraviesan Tras la puerta (Lunwerg Editores), su primer libro publicado en 2024, donde sus dibujos, viscerales e introspectivos, revelan una voz que se rebelaba incluso antes de tomar plena conciencia de su potencia.
En el libro Búmm, historietas y humor gráfico en el Perú (1978-1992) cuentas que al inicio de tu carrera te dijeron que “cómo era posible que dibujaras cosas tan ‘terribles’ siendo tan ‘simpática’”. Comentarios sobre lo que no se espera de nosotras a veces pueden parecer un halago, pero en el fondo no lo son.
En realidad me dijeron “con la carita que tienes”, como diciendo “con la carita de boba”, que sé yo. Yo no sabía que eran dibujos “terribles”. Era muy joven, estaba encerrada en mi casa, criando hijos y atendiendo mi casa, haciendo todas las labores domésticas habidas y por haber. No me libré más que de una, que era cocinar. No se me daba muy bien, pero lo intentaba. Entonces, cuando me invitan a dibujar, hago lo que salió de adentro mío. A veces pienso que fue como un puente de mi subconsciente al papel, porque no pasó por la aduana de la razón, ni por lo políticamente correcto. Simplemente era lo que tenía que hacer y lo hice. Un mandato antiguo me empujó.
¿Qué era entonces lo que se «esperaba» de una dibujante en ese momento?
No, no tenía idea. Lo que sí tenía muy presente era que, como mujer, se esperaba de mí algo que me estaba haciendo muy infeliz. Sentí que yo no había escogido eso. Me casé porque salí en cinta, le tenía un miedo profundo a mi madre y unas ganas desesperadas de salir de su casa. Fue un poco así. Creo que es la historia de una gran cantidad de las mujeres de mi época. Se nos exigía que desempeñáramos un rol que ni sabíamos muy bien qué era. Yo nunca había visto un bebé en mi familia, entonces estaba asustada y frustrada. Por otro lado, tuve que abandonar la universidad, dejar de estudiar arte. Fue un cambio brutal de un mundo a otro totalmente distinto. Una cosa muy chocante, no sé ni cómo describirlo. Por eso salieron esos dibujos.
¿Cómo influyó en tu trabajo la búsqueda de referencias visuales y creativas, especialmente considerando que muchas artistas mujeres han sido históricamente poco difundidas? ¿Encontraste referentes con los que te sentías identificada?
No tenía ninguna referencia. No tenía tiempo para buscar referencias externas. La única referencia posible era mi propia realidad en ese momento, que a veces me parecía más bien absurda. Decía: “A ver, ¿qué tiene de absurdo mi vida? Todo”. Observaba a las amas de casa de mi barrio, las veía cuando salían en la tarde a llevar a sus hijos al parque, empecé a juntarme con ellas, nos hicimos amigas. Conversaban entre ellas sobre su cotidianidad, lo que habían cocinado, etc. Y si había un matrimonio violento, no decían nada. Yo pensaba: “Todas hacemos lo mismo”, “¿Todas disimulan como yo y nadie le cuenta nada a nadie?”. Estaba descubriendo lo que era el mundo de una ama de casa. Un mundo de actividades domésticas repetitivas, monótonas, no reconocidas, en el que casi te conviertes en un ser invisible.
Tras la puerta no solo reúne tus dibujos de 1979 a 1983, también incluye 21 poemas. ¿Cómo surgieron esos textos y qué relación tienen con tu obra visual?
Venía de trabajar en los dibujos de la exposición La niña no mirada (2022) y me ocurrió algo curioso. Mientras dibujaba, comencé a escribir textos sueltos en las esquinas de las hojas. Después de la exposición, pasé esos textos en limpio y me di cuenta de que varios coincidían con los dibujos, como si dialogaran entre sí. Pensé: “Tal vez puedo darles voz”. Así empecé a armarlos, sin mayores expectativas, sin tocar ninguna puerta. Fue una coincidencia: alguien los leyó y me propuso incluirlos. Siento que llegaron a su lugar, como cuando las cosas simplemente caen en su sitio.
En tu obra, los cuerpos de mujeres son cuerpos oprimidos, cansados, que se mueven con dificultad o terminan petrificados, como en el caso de la mujer que se casa y termina convertida en árbol. ¿Cómo surgió este vínculo con lo vegetal?
Era parte de cómo me sentía y cómo veía que mis amigas se sentían. Decía: “A todas nos pasa esto”. Es como entrar en una cárcel y empezar a ver el mundo que tienes ahí, a ver a las personas. Y decir: “¿Cómo caímos en esto? ¿Así era? No era como el cuento de hadas, no era como nos lo habían contado. ¿Esto es para siempre? ¿Para toda la vida?”. Ese fue mi desconcierto. Ya después me he dado cuenta —con respecto a los árboles— que muchas mujeres artistas sienten una afinidad con la figura del árbol. Me di cuenta porque una vez un curador extranjero fue a mi casa a ver mi obra y me dijo: “¿Tú has leído a Han Kang?”. Y le dije: “No, no sé quién es”. Esto ocurrió antes de la pandemia. Y me dijo: “Es una escritora coreana que tiene un cuento corto que habla de una mujer que se resiste y como protesta a su condición y a su situación, decide volverse una planta”. Apunté su nombre y comencé a buscarla, pero no encontraba mucho sobre ella acá. Luego ganó el premio Nobel. Entonces, a partir de ahí es cuando comencé a indagar. Hay muchas escritoras o mujeres dibujantes, artistas de distintas partes del mundo que usan la figura del árbol. Entonces, hay una afinidad, hay un vínculo de nosotras con la naturaleza. Recuerdo que, durante la pandemia —cuando ya se podía salir un poco y caminar por los parques— me hice amiga de los árboles. Sentí que era lo único seguro que había en mi mundo en ese momento. Había un consuelo en mirar los árboles una y otra vez.
El lugar que tiene el silencio en tus dibujos —no solo por la ausencia de texto, sino también por los gestos y las miradas de tus personajes— me hace pensar en personajes resignados a su suerte, sin salida.
En realidad, no soy buena hablando. Me siento más en confianza cuando dibujo; ese es mi lenguaje. La reflexión sobre nuestra experiencia vital hace que las mujeres nos entendamos. Por otro lado, en esa época yo no sabía que estos dibujos iban a significar algo. Poco después me he encontrado con señoras, en alguna exposición, que me dicen: “Señora, yo he pasado por lo mismo”. ¿Qué es lo mismo? ¿Qué es lo mismo si son dibujos que no tienen una sola palabra? Siento y creo poderosamente en el poder de la imagen, que en este caso fue una forma de pedir auxilio también, sin proponérmelo. Además, esos dibujos me llevaron a que un grupo feminista [Centro Flora Tristán], que estaba recién comenzando, me ubicara para formar parte y comenzar a trabajar ahí. Siempre digo que mis dibujos fueron feministas antes de que yo tuviera conciencia de ello.
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Se opta por el silencio para sobrevivir.
Uno hace lo que puede. Uno usa las armas que tiene en ese momento para sobrevivir. Las mujeres que nos encontramos en un matrimonio violento nos sentimos muy solas y callamos porque creemos que no tenemos salida. Mi encuentro con esta violencia era justamente porque hablaba o porque no hablaba. Personalmente tuve una niñez bastante solitaria, a pesar de que tenía hermanos. Debido a la circunstancia de abandono paterno, como en muchos hogares, se creó un ambiente familiar hostil, con muy pocas alegrías, o sea que ya estaba acostumbrada a que era mejor guardar silencio, a escuchar más que a hablar.
La maternidad es otro tema importante en tu obra. En algunos de tus dibujos hay una línea temporal: la madre joven que luego se convierte en la madre adulta o anciana. Abordar la maternidad desde una mirada retrospectiva, es decir, pensarla desde el pasado y el presente, es entrar a un terreno pantanoso, porque en esta revaluación de la maternidad puede tener cabida el arrepentimiento. Pero las madres de Tras la puerta están en una sociedad que las empuja a seguir sin mirar atrás.
Me interesa mucho el tema y es lo que estoy trabajando ahora, la maternidad justamente. Es que nos tocó una madre poco maternal. Siento que ella hubiera preferido hacer cualquier otra cosa, porque en realidad no le gustaban los niños. No era nada personal, pero en esa época ser madre era un mandato social, no había cómo no tenerlos. Lo curioso es que aún así, nos empujó a que nos casáramos y tuviéramos hijos cuanto antes. Es una especie de círculo ciego, como meterte en un laberinto sin salida, donde no hay esperanza. Tengo esas dos vertientes como desarrollo; el ser hija y el ser madre. A mi madre la entendí después. Se quedó sola con cuatro hijos que educar y mantener y encima le exigíamos que fuera amorosa. A raíz de esa experiencia, siempre he tratado de huir de ese modelo, de creer que porque soy madre soy una buena persona o soy infalible o no puedo cometer errores. Traté de no repetir la historia, pero seguro cometí otros errores. Por eso detesto el Día de la Madre, detesto que te pongan en un altar solo por haber parido. En mi época nadie te preguntaba “¿Quieres ser madre?” No existía esa posibilidad. Ni te daban alternativas. Desde que abres los ojos te dan la muñeca y ya te condenaron. ¿Y si no tienes vocación? El arrepentimiento sí que es un tema difícil. Yo lo puedo decir ya y algunas de mis amigas también, porque has invertido tantos años de tu vida para después decir: “No quería esto”. Es bien difícil decirlo, existencialmente.
En el libro Madres Arrepentidas, de Orna Donath, hay varios testimonios de madres con hijos ya crecidos que miran en retrospectiva su maternidad. Una de ellas dice lo siguiente: “Es complicado porque me arrepiento de ser madre, pero no me arrepiento de mis hijos”.
Es una buena forma de plantearlo. Los hijos deben ser deseados, porque es difícil renunciar a tus sueños. La actitud debería ser no renunciar, sino descubrir que puedes ser madre y que puedes ayudar a un niño a crecer. Es muy bonito criarlo, verlo crecer, enseñarle a vivir, para después soltarlo. El concepto es muy bonito. Tienes que tener vocación, paciencia. Tienes que haber resuelto tus cosas primero. ¿Te das cuenta? Muchas mujeres de mi edad fuimos madres antes de ser adultas. Es inconcebible. Me gusta, además, que ahora algunas jóvenes estén decidiendo no ser madres. Me encanta porque pueden ser chicas que se salvaron de un destino que no querían. Antes no había lugar para pensar en ser madre o no. Puede ser también el hecho de que ahora las mujeres terminen sus carreras antes, porque eso te hace tener otra perspectiva. Entonces, si vas a elegir ser madre, lo vas a hacer con total conciencia y seguramente te va a ir muy bien. Necesitamos seres humanos que hayan sido bien amados y bien criados, esas son las personas, digamos, que obran bien.
Hoy en día, el solo hecho de preguntarse si se quiere o no ser madre ya es en sí una alternativa posible. Al mismo tiempo, incluso la maternidad deseada implica un duelo.
Así es. Es un duelo, además, por la cantidad de aparatos interiores que se te mueven. No sé dónde he leído que el feto mientras crece en tu barriga te absorbe todo lo que necesita. Te deja desgastada física y emocionalmente. Para emprender algo así, tienes que prepararte. Curiosamente en mi último embarazo, cuando era cuarentona, sí me preparé. Como era mayor, tenía que estar bien físicamente. Me daba miedo de todas maneras. Fue el embarazo que más disfruté. Estaba más tranquila, ya sabía lo que venía, sabía que iba a estar mucho tiempo sola metida en casa con la teta disponible. Entonces, como me gusta leer reuní una cantidad de libros, fue una forma de autocuidarme, porque son semanas y meses de una actividad bien monótona, repetitiva y puede llegar a sentirse esclavizante. Si entras al mundo de los libros, la cosa se hace muy llevadera. Lo aconsejo vivamente.