Katya Adaui: «Es un buen momento para que las mujeres seamos más leídas y publicadas»

Katya Adaui Katya Adaui. Foto: Katya Adaui

Por Juliane Angeles Hernández

Los cuentos de Aquí hay icebergs, de Katya Adaui (Random House, 2017) aparecen en la literatura actual como una imponente masa de hielo flotante. Adaui rompe con la estructura clásica del cuento, y se enfrenta a ella con acierto. «Si hacer literatura significa experimentar, ¿no deberíamos ir al mayor reto posible que es tratar de cuestionar todo, incluso el cuento clásico?», se pregunta la escritora, quien cree que todavía existe el prejuicio de que las mujeres solo escriben de divorcios o hijos.

Y es que Adaui asegura que sí es posible «decir mucho más con mucho menos». Así lo hace en Aquí hay icebergs, donde existe una preocupación por contar lo preciso, y solo lo preciso. La narradora aparta los arbustos para mostrarle al lector una imagen pulcra y única. Se trata de una escritura que busca la honestidad de la imagen y la encuentra con soltura. No hacen falta más palabras.

«Yo siempre empiezo con el arbusto, te lo voy a abrir y luego lo suelto para que veas solito el abismo», explica la autora, que hace poco se estrenó -junto a Ezio Neyra- como conductora radial en RadioLibros, un programa dedicado a los libros que se emite por radio Nacional todo los sábados de 9 a 10 p. m.

Los cuentos de Aquí hay icebergs rompen con la estructura clásica del cuento. Ir contra la corriente también es una virtud, ¿pero hasta que punto crees que aporta en la creación?
Yo creo que aporta totalmente. La estructura es algo que me preocupa mucho, pero me fluye a medida que escribo el cuento. Muy pocas veces he planificado tanto un cuento. Pero si hacer
literatura significa experimentar, ¿no deberíamos ir al mayor reto posible que es tratar de cuestionar todo, incluso el cuento clásico?

En la mayoría de cuentos de Aquí hay icebergs está presente la violencia psicológica y física. Es una violencia que está a punto de estallar, pero a veces no.
Hay cuentos en que sí estalla, como en el de la playa. El cuñado rompe la luna porque ha venido un carro en contra. Los que no soportan disparan (El color del hielo). Los personajes son atacados por algo y reaccionan defendiéndose como pueden con cierta violencia verbal o con la violencia de irse para no volver. Se puede decir que huir es violento pero también es urgente, como seguir respirando. Para estar vivo -en situaciones espantosas- tienes que dejarlo todo atrás a veces. Irte sin mirar atrás.

Los personajes de Aquí hay icebergs siempre están enfrentados y defendiéndose. ¿De qué se defienden?
No te diría que del genérico de la vida. Se defienden de sus circunstancias porque si no hay conflicto no hay cuento, no hay literatura. Entonces hay que ponerlos en conflicto, a veces es en media res, cuando ya empezó la historia o se va descubriendo más información en el camino.

Para que estén en conflicto se hacen preguntas sobre su pasado y como están narrados en presente continuo, también sus acciones son en presente continuo. Eso hace que los cuentos en general tengan esta idea de trepidancia y de velocidad porque ocurren en un presente continuo que va tomando a los personajes. Entonces se defienden en un presente continuo. El tiempo es el que hace que parezca que están con las garras listas frente a las garras que los están atacando.

«A mí me gusta esa sensación de haber dado palabras exactas».

El primer y último cuento son protagonizados por una madre y una hija. En ambos casos están en conflicto. ¿Esto fue pensando o solo una coincidencia?
Lo superpensé. Son los dos cuentos que más he trabajado en el libro. El primero porque tiene la estructura de atrás para adelante, y el último porque es una lucha entre una madre y una hija después de siete meses sin verse por cobrar el dinero del seguro del padre. Dinero que a la madre no le corresponde pero igual lo quiere. Pero no están hablando de dinero ahí. Ahí se están reclamando mil cosas. Lo superpensé para que uno tuviera la estructura en retroceso y el otro tuviera la estructura dramatúrgica porque hay técnicas de encabalgamiento y otros tipos de técnicas ahí.

Fue superpensado porque me parece que podía reconocer de cierta manera que eran los cuentos a los que más tiempo les había dedicado, y por ende, quizás, eran los mejores escritos, o en el sentido, no de bueno, sino de haber dicho todo lo que tenía que decir sobre esas relaciones. Entonces hay también estas madres fagocitantes, pero también hijas que tienen algo para decir, de cómo están llevando sus vidas. Hijas que han sabido sobrevivir a estas madres que las llevaron por caminos de incertidumbre.

El último cuento por eso se llama Siete olas, y la madre y la hija discuten sobre el mar. Cada siete olas se puede confiar en ti y cada siete olas me aloco y qué. Y la hija le dice: Contigo es máxima incertidumbre. En el mar no sé sabe cómo es, dice, pero contigo sí sé, contigo siempre va a ser incertidumbre. O sea, eres el mar más inseguro que hay. Estas imágenes acuáticas eran importantes para hacer ver el aceleramiento o la progresión dramática de los cuentos.

¿Cómo construiste Aquí hay icebergs?
Para este libro pensé que fueran doce cuentos. Yo lo estructuré acuáticamente, digamos. Eso lo tenía claro. Sabía que todo giraba alrededor de este cuento Alaska, de Aquí hay icebergs, de La memoria del hielo, por ahí iba la cosa. Yo le dediqué dos años completos de mi vida, en la maestría de Escritura Creativa. Escribía todos los días de sol a sol. De doce de la mañana a doce de la noche. Todo los días hilando. Haciendo el entramado. Me toma mucho tiempo.

Por libro me tomo dos años más o menos porque necesito un año para escribir y un año para rescribir. Más reescribo que escribo. Corrijo mucho. Me auto edito muy conscientemente. Saco el ripio, pongo el ripio y luego lo saco. Si es trocha tiene que quedar u a trocha visiblemente atrochada, por decirlo así. Todo lo que no esté contribuyendo al texto lo voy eliminando.

«Yo busco la honestidad de la imagen».

Hay una precisión a la hora de contar. Las imágenes son contundentes. Es como si el narrador apartara los arbustos para mostrarle al lector solo la escena. No faltan palabras ni hay palabras de más.
Hay tantos libros y tantos escritores, pero pocos lectores. Si alguien va a escoger algo que yo he escrito, no quiero hablarle de más. Quizás en la vida diaria yo cometa el error de hablar de más, pero si tengo dos años y medio para pensar esto, no voy a hablar de más. No me gusta la sensación de que estafo a alguien cuando escribo. Lo que tú has dicho es cierto. Yo trato de llevar al lector al arbusto. Yo siempre empiezo con el arbusto, te lo voy a abrir y luego lo suelto para que veas solito el abismo.

Mi idea es justamente esa, decir mucho más con mucho menos, y es posible. En una sola oración haces que colisionen las cosas. Mi búsqueda va por ahí, en una elección de verbos que torpedeen y en muy poca adjetivación. Quizás yo, como soy la primera en estar enfrentada a esto, me pregunto: ¿Estás entregando o hablando de más? Y lo saco. Claro que lo pongo primero, lo pongo para que sea un barco sostenido por sus pilares, pero luego quiero que el barco flote solo. Y pulo mucho hasta que queda un magma que entregar. Quizá soy en exceso consciente, pero a mí me gusta esa sensación de haber dado palabras exactas.

El lenguaje es coloquial, pero también poético.
Yo leo poesía, pero no hago poesía. Mi llamado no ha ido por ahí, pero me encanta leer poesía. Quizás esta cosa poética que sientes es porque hay mucha imagen, por ejemplo en el cuento del mercado (Ese caballo). Yo conozco los mercados. Me encantan. Entonces, cómo hablar de los cangrejos: cangrejos que están con los ojos cerrados en parpadeo de reptil, punzando hielo inútil. Cuando tú vas al mercado tocas al cangrejo, y compruebas que está vivo. Eso es lo que yo busco: la honestidad de la imagen. Y quizás en esa búsqueda hay poesía.

Algunos de los cuentos de Aquí hay icebergs recurren a la memoria y a la infancia. 
Sí. El tema del desamparo y la orfandad me interesan mucho. En tanto, a todos nos cuesta mucho cuando nacemos adaptarnos a la vida. Y dependemos demasiado. Solo respiramos. Somos mamíferos dependientes y eso hace que como niños estemos asimilando tanto y al mismo tiempo estemos tan expuestos. Los niños procesan todo. Conspiramos desde bebes, sabemos defendernos. Hay algo de eso que a mí me gusta explorar. La orfandad en la que nacemos todos con un primer grito. Y la orfandad de la muerte a la que nos vamos todo con un solo grito y solos.

El tema de la literatura es intemperie y eso es lo que yo trato de mirar. Mi infancia es intemperie. Rico o pobre, de dónde sea que vengas, siempre el peso de la muerte está en nuestras nucas soplando alto. Esto de la precariedad. Yo leí hace poco que precario es todo lo que se consigue con plegaria, y tiene que ver con lo aventurero y lo vertiginoso. Y la infancia es precaria. Escribir es precario. Y dado que las obsesiones que uno tiene como autor vienen desde tan lejos, desde la infancia. Es un tema que me gusta explorar porque me acuerdo de esa orfandad. Entonces pasa por ahí mi memoria.

En un conversatorio en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos dijiste que escribir es acariciar el fracaso todo el tiempo. ¿A qué te referías exactamente?
Uno se sienta, está ocho horas escribiendo, y sin embargo siempre está a ciegas, por más que uno sepa qué va a contar, cuál es su estructura, dónde está el conflicto o cómo son los personajes. Cuando tu libro sale es entregado a los lectores, y nunca sabes cómo va a ser recibido, si te van a entender o te van a criticar. Uno entrega este hijo desnudo al mundo y listo, ya no es tuyo. Es de todos los que lo están leyendo. Entonces hay que estar dispuesto a que nunca nada salga tan bien.

No vamos a vivir de esto, pero no podemos dejar de hacerlo tampoco. Por ahí va mi idea del fracaso. Un libro existe para que el siguiente exista. Lo bueno de ser escritor es que hace bien envejecer porque hace bien aprender, y uno ya no comete los mismos errores. Y si uno evoluciona, la escritura también evoluciona. Si tú avanzas en la vida, en ese sentido, tu escritura también florece y es honesta de algún modo.

No te hablo de ser bueno o malo. Te hablo de dedicar tiempo a tu mundo interior. Es un trabajo por el que nadie te paga. En el sentido en que tú escribes dos años gratis para ti mismo voluntariamente, y con el dolor físico, mental y espiritual que eso implica. Entonces cuando uno termina eso, es un hijo del fracaso de por sí. Pero hace bien al alma intentarlo otra vez. Es un fracaso y error. Es un trabajo humilde, de mucha artesanía. A veces escribo cuatro y media de la mañana, y veo al panadero repartiendo el pan, yo lo veo y digo: Yo soy ese panadero, solo que estoy adentro, pero también estoy amasando.

¿Cómo ves la escritura de mujeres en el Perú? ¿Crees que está en un buen momento? 
Yo creo que había el prejuicio, lo sigue habiendo, de que las mujeres escribimos de divorcios o hijos. Está bien que escribamos sobre esos temas, pero se escribe de cualquier tema. Siento que
también es un momento que hay Ni una menos, y también significa Ni una menos en literatura. Hay universidades con puro profesor hombre en literatura. Hay clases en centros culturales de puros hombres enseñando literatura. Paneles de puros hombres hablando de libros, cuando acá hay al menos 45 o 100 mujeres que están haciendo literatura. Es un momento en que las editoriales saben que no pueden meter la pata, y tener puro hombre.

Ahorita en el mundo, la literatura es femenina. En Argentina es femenina, y en España lo está siendo de alguna manera. Si tú quieres escribir de familia, hijos y divorcios, hazlo. Cuál es el problema. No está dicho todo porque cada mundo es único e irreparable en su estructura. Es un buen momento para que haya más mujeres escribiendo y para que no abandonen. Si esas es tu vocación, no la abandonas.

No pasa por un tema de reconocimiento, pasa por un tema de no poder hacer otra cosa. Hombres leyéndonos, subiendo críticas de nuestros libros. A mí eso me emocionó mucho, que mi libro sea muy comentado por mis pares. Para mí fue una alegría. Yo los he leído a ustedes, gracias por leerme a mí también. Nos leemos todos, pero no por un ‘porque yo te leí, me lees’, sino por un ‘qué puedo aprender yo de ti’. Creo que es un buen momento en la literatura en general, y para que en particular, las mujeres seamos más leídas y publicadas.

 

*Entrevista originalmente publicada el 03/10/2017.

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