Por Juliane Angeles Hernández
Foto: Lee Poesía
Aún no ha terminado de decirlo todo sobre Fernando Pessoa y Portugal, pero siente que con Pessoa por Wong por fin pudo concretar lo que siempre quiso hacer: estudiar a Pessoa y escribir sobre él. En esta entrevista con Lee Poesía, la poeta y narradora Julia Wong habla de la multiplicidad de yoes, del proceso creativo de su reciente libro y de uno de los escritores más importantes de la literatura mundial y, en particular, de la lengua portuguesa.
Pessoa por Wong no solo es un homenaje a Fernando Pessoa, es un libro que no busca precisamente una identidad, más bien lucha por romper esa idea del yo como unidad.
Exacto. De eso se trata. Lo que creo que le cuesta mucho a Occidente, de acuerdo a cómo nos construyen dentro de nuestra idea del monoteísmo y de la forma nacionalista; es la forma, un poco angosta, de ver al ser humano. Eso de que tú eres una sola construcción de uno a los 80 años. Tienes un nombre, un apellido y un DNI y eso fuiste. Lo que hace Pessoa es legitimar la idea de la multiplicidad. El problema es que en su tiempo mucha gente se ríe de su escritura. No se ríen en el mal sentido, sino que lo toman un poco de forma cínica. Dicen que estaba loco y era esquizoide. Pero si ves el mundo actual y tienes la honestidad suficiente de mirarte a un espejo y darte cuenta que nunca somos los mismos, que tu visión y tu filtro nunca son los mismos, que incluso el pasar del tiempo logra cambios increíbles en tu cerebro; simplemente le das la razón a la idea de la multiplicidad de yoes.
Diría que es habitual atribuir cierto grado de locura a la idea de la multiplicidad de yoes, ¿por qué crees que ocurre esto?
Creo que viene de la idea cristiana monoteísta de que tenemos un solo Dios y una sola manera de ser. Y de cómo se construyó el mito de Occidente desde los griegos hasta la iglesia Católica, de lo que tú deberías ser durante tu vida. Por eso es que la iglesia lucha tanto contra el género, contra la idea de que cambies tu sexualidad. Incluso se busca al inmigrante como chivo expiatorio, porque es como si trajera una multiplicidad del ser que no se debería aceptar dentro de una comunidad que es unitaria. Y si tú ves a Lima, de unitaria no tiene nada. Lo que le cuesta al ser humano, desde la construcción que nos han enseñado a mirarnos, es saber nuestra pluralidad y el constante cambio. Porque el cambio duele. Por qué crees que es tan tabú la muerte. Porque si hablas desde el lado budista y dices que la muerte solo es transformación, que lo que se va solo es el cuerpo y que tu espíritu va a reencarnar en otro; te van a decir que estás loca o que eres herética. Nos han enseñado determinadas cosas para poder —lamento decirlo— controlarnos.
Por eso en uno de tus textos dices: «Hacer y deshacer conceptos, prejuicios, momentos. Hacer y deshacer el infierno, lo que nos han dicho como verdades”.
Es que el yo es un infierno. Te pone una limitación. Por ejemplo si alguien dice: “la señorita solo sabe hacer esto”. Y tú dices: “pero yo sé hacer miles de cosas más”. Pero hasta que le expliques a las personas que tus capacidades van más allá de lo que ellos están mirando y construyas otra persona necesitarías mucho espacio, mucho tiempo, mucho discurso y mucha paciencia. Y en el mundo actual casi nadie tiene tiempo para verte en la dimensión de tu infinitud, más bien te ponen los límites para poder leerte.
En una entrevista pasada dijiste que eres un “yo muy fracturado”. ¿Descubrir a Pessoa te hizo llegar a esta conclusión o esta idea siempre estuvo presente en tu faceta como creadora?
No. Yo no he sido tan creadora de chica. Me di cuenta del espejo que fue Pessoa para mí cuando tenía más o menos 17 años y viajé a Macao, una colonia portuguesa al sur de China. Mi papá vivía ahí. Entonces ahí encontré un libro de Pessoa y dije: “qué loco que él pueda tener tres voces”. Porque a mí me encantaría desarrollar eso. De la Julia que es de Chepén, de la Julia que podía ser de Lima, porque ya había vivido en Lima y había estudiado el último año de colegio en Alemania, y de la Julia que es hija de chinos. Sentía que eran personas que no se podían vincular. Había una edad en la que yo no podía encontrar puentes entre esas personas mías que viajaban por diferentes razones. Hacia afuera era yo, pero hacia adentro tenía esta fragmentación tan grande. Piensas: “cuando estoy acá soy así y cuando estoy allá soy así”. Pero ni siquiera lo puedes formular, porque te da miedo que la gente diga justamente que estás loca. Cómo puede ser tan cambiante o volátil. Y ahora eso se acepta. Incluso a los chicos se les promueve que acepten esa exploración, si se puede llamar así.
Fernando Pessoa renunció a la vida por dedicarse a la lengua.
La presencia de la figura paterna en el libro supone la conexión con el pensamiento oriental, que precisamente cuestiona el yo como unidad.
Sí, porque mi papá era un chino no asimilado al Perú. Mi papá nunca habló bien el castellano y era budista. Esas eran dos características muy distintas a los chinos que llegaban y aprendían castellano para quedarse. Y luego se convertían al catolicismo. Entonces, me hacía sentir rara, porque yo veía a los papás de mis amigas y a los papás chinos y decía: “mi papá no es así”. Eso me hacía pensar que yo también debía tener algún aspecto de mi personalidad que venía de esa parte no asimilada al Perú.
Este libro nació a partir de un taller con María Alzira Brum Lemos, ¿cierto?
Sí. Ella ha venido a Perú varias veces, incluso publicó un libro muy bacán que se llama La orden secreta de los ornitorrincos con Borrador Editores. María Alzira tiene una visión muy pop de la escritura, en el sentido de ser media rocker con la escritura. Es decir, nada de cuestiones ortodoxas ni de seguir una misma línea, sino una experimentación muy vital. Y te digo “muy vital” porque se trata de mezclar géneros y buscar cosas. Entonces, ella me dijo para hacer un taller. Yo la veía que a veces era como demasiado experimental para mi gusto. Pero luego me puse a pensar: “y si por fin hago lo que más he querido hacer en mi vida, que es estudiar a Pessoa o escribir algo sobre Pessoa”. Voy a hacer una comparación bien extraña, pero Pessoa para mí era como Vallejo, que para muchos peruanos también es inabarcable o el que ha logrado todo. Así sentía que era Pessoa. Yo quería decir algo y no podía. No me salía nada con Pessoa.
Pessoa te permite la multiplicidad de yoes sin que sea tabú. En su momento hasta le dijeron “loco”, pero creo que él desmitifica la locura.
¿Qué te lo impedía?
Que era muy grande. Es como cuando hablas de Dios. Sentía que Pessoa había jugado a ser Dios con la lengua portuguesa. Pensar el Portugal desde el idioma inglés, pensar el Portugal desde los pensadores alemanes, pensar el Portugal desde la estética latina, pensar el Portugal desde la misma estética portuguesa, es una chamba de la vida. Por algo no tuvo hijos ni familia. Él renunció a la vida por dedicarse a la lengua. Entonces, no puedes compararte con un ser humano que lo ha dado todo por una lengua, su historia y su proceso de evolución. Lo importante con María Alzira es que me dio los textos adecuados para leer. Para darme las armas y decir: “bueno, yo también tengo algo que decir acá”. Y creo que lo logró. Ahora, cómo este libro tremendamente chiquito va a querer siquiera compararse con una obra tan maravillosa. Pero lo que hizo María Alzira es abrirme la puerta y esa palabra que yo tenía atorada con Pessoa finalmente salió. Pessoa te permite la multiplicidad de yoes sin que sea tabú. En su momento hasta le dijeron “loco”, pero creo que él desmitifica la locura.
¿Cómo fue el proceso de creación una vez que te embarcaste en el taller con María Alzira?
Primero pasé por las lecturas y el no poder decir. Cuando escribí este libro (Lecturas de manos en Lisboa) en el 2012 me basé en el Libro del desasosiego y quería darle el tono de melancolía, pero no salió, porque el Libro del desasosiego es tremendo y esto es una imitación burda. Entonces, desde el 2012 yo ya tenía una idea de cómo hablar de las cosas que te tocan de Pessoa y no sabes cómo. María Alzira me dio 12 lecturas y me dijo: “tú las vas leyendo y produciendo textos”. Yo leía y producía cosas. Y de esa producción casi botamos la mitad. Luego corregimos y volvimos a leer. Lo que salió de eso volvió a pasar por corrección. Y de ahí otra vez a cortar y corregir. Este libro es el resultado de casi 8 años de revisar textos y haciendo cosas. Se trataba de haber leído determinado textos, de haber construido textos a raíz de las lecturas de Pessoa y de otros autores, porque eso no se hace en Perú o se hace muy poco. Yo le dije a María Alzira que venga a dictar a Perú, porque creo que sería bacán que hubiera más gente interesada en Pessoa.
Tal vez hace falta una especie de convocatoria…
Sí, pero es como si se lo guardaran en el cajoncito de los tesoros. Hay varios autores de culto que no son los típicos, que no son como Mario Vargas Llosa o César Vallejo. Está por ejemplo Alberto Hidalgo en Arequipa, que no tiene muchos lectores. Pero hay gente que te dice “yo he leído a Alberto Hidalgo”, como si te dijeran: “yo tengo la fórmula de la pólvora”.
SOBRE LA AUTORA
Julia Wong (Chépen, Perú, 1965) . Es poeta, narradora, gestora cultural. Sus más recientes poemarios son Un Salmón ciego (2008), La desmineralización de los árboles (2013), Un vaso de leche fría para el rapsoda (2015), Oro muerto (2017) y Tequilaprayers (2017). También es autora de los libros de cuentos o textos de prosa Margarita no quiere crecer (2011) y Lectura de manos en Lisboa (2012). Su novela Mongolia (2015) ha sido considerada como una grata sorpresa en la narrativa escrita por mujeres. Ha coorganizado el Peruba en Buenos Aires y el Festival de poesía en Chepén.
Síguenos en Facebook, Twitter e Instagram.