Por Mavi Vásquez
Fotos: Vanessa De la Torre
Las posibilidades de disfrutar la poesía son infinitas. Y más cuando los versos suben a la escena, pues dejamos de ser lectores y podemos percibir un poema con todos nuestros sentidos. Pero no nos convertimos en simples espectadores: la voz del autor y la interpretación del artista nos confrontan con nuestra propia alma.
Sobre esta experiencia conversamos con Vanessa De la Torre, actriz profesional de la Escuela de Teatro de la PUCP y Bachiller en Educación a través de las artes, quien desde hace cinco años explora la interpretación de textos poéticos con el cuerpo como protagonista, integrando la voz, el movimiento, los rituales y la música. Ha llevado a escena —e incluso a la estación del Metropolitano y algunos bares— a Vallejo, Eguren, Varela, Di Paolo, Pizarnik y Verástegui. Su performance ha sido infaltable en diversos festivales como el “Slam de Poesía Oral” , “La huaca es poesía” o el “Festival de Literatura y Artes Visuales en los extramuros del mundo”.
Algunos dicen que has inventado la “poesía escénica”…
La primera vez que me invitaron a un festival de poesía se abrió una puerta para expresarme como artista escénica. No quería caer en lo que muchos conocen como “declamar”. Comencé a explorar el movimiento, las posibilidades del cuerpo en el escenario y llegué a una composición mucho más profunda que involucra un trabajo sensorial con el público. Encaminé el texto poético como un texto teatral, donde hay una historia, acciones precisas y objetivos claros. Me interesé mucho por la performance, por el cuerpo como medio de expresión. El cuerpo es tan potente que puede generar transformación.
¿Cómo es el proceso desde que escoges un poema hasta que lo llevas al cuerpo?
Escojo poemas con los que me siento identificada. Siento que el mismo poema me trata de decir algo. Luego analizo sensaciones, imágenes y también hago un trabajo de mesa de encontrar qué hay detrás de estas palabras. Como en el sistema de Stanislavsky, busco una acción. Siempre me agarro de las herramientas del teatro. Hasta llegar al por qué estoy mostrando esto en escena, qué quiero y para qué lo quiero. Los movimientos salen de manera muy fluida. También hago una composición visual, incorporo elementos -como una vara o el fuego- que activen los sentidos del público. En una propuesta quemaba cartas y sentía que el público lo vivía conmigo.
¿Cómo ha sido esa respuesta del público?
Muchas personas se han acercado a decirme “de esta manera me han dado ganas de leer poesía”, “quiero comprarme un poemario y leer a Pizarnik”. Y a eso quiero llegar. Me hablan desde lo más sincero. Lo he visto en sus ojos. Me dicen: “realmente me has conmovido”.
¿Con qué poetas has trabajado recientemente?
Mi último trabajo fue “Casa de cuervos” de Blanca Varela. Es un poema muy fuerte. Blanca lo escribe cuando ve que su hijo está creciendo, y no la escucha. Siente un vacío, y desde ahí parte el poema. Fue una de las exploraciones más arriesgadas. Trabajé con la máscara. Lo presenté en espacios cerrados y abiertos, como la Estación del Metropolitano, y las reacciones fueron muy interesantes. Hora punta. Tenía que ver que la gente no se vaya a tomar su carro. Con la música en vivo y un ritual con la hoja de coca logramos conectar con el público, que al final se quedó viendo.
¿Cómo fue tu proceso con “Datzibao” de Enrique Verástegui?
Recuerdo que leí el poema una y mil veces. Había algo en él. No sabía qué. En paralelo, yo no la estaba pasando muy bien sentimentalmente y el poema resonaba en mí de alguna manera. Traté de no ser tan racional y dejé al cuerpo fluir. Ese momento fue terapéutico. Luego, interpretando el texto, empezó a aparecer el ‘detrás de las palabras’ y armé mi partitura, con el tema de la soledad y del vacío. Fue muy interesante porque la primera vez que lo presenté fue en el Festival de Poesía de Lima, en un espacio público en Barranco, y mi cuerpo estaba vulnerable. Sentía nervios por todo lo que podía pasar. ¿Cómo impactar en un público que quizás no le interesa la poesía o le parece aburrida? A medida que avanzaba los fui envolviendo con una historia, un monólogo en el cual yo era la protagonista. Mostré mi vulnerabilidad. Mi verdad. Lo “metafórico” cobró sentido para muchos. Meses después, Enrique Verástegui partió de esta vida y sentí mucha pena, sentí vacío. Me hubiese encantado que vea su poema interpretado.
Lo presentaste en Cañete, su lugar de nacimiento.
Sí, tuve la oportunidad de presentarlo en el Festival de Poesía y Artes visuales “Los extramuros del mundo”, que se realiza allá cada año. Las hermanas del poeta me acompañan cada vez que presento el poema. Me dijeron que había capturado la esencia de lo que escribió su hermano y que también sienten a “Harry” presente. Eso me marcó y lo llevo conmigo siempre que lo presento. Es algo muy especial para mí.
¿Qué trabajos y qué artistas te inspiran para tu trabajo?
Internacionalmente se realizan diversos slams de poesía, donde hay mucho trabajo corporal, de voz, incuso hay presentaciones de poesía con música electrónica. Hay muchísimas formas de interpretar poesía. Yo estoy enfocada en el cuerpo e investigo sobre videodanza, performance. Sigo mucho el trabajo de Santiago Cao, en Buenos Aires, que trabaja performance en espacios públicos. Él dicta el taller de Cartografías sensibles en espacios públicos, el cual es muy enriquecedor.
¿Cómo está enfocado tu taller de Poesía escénica?
Lo dicto desde hace tres años y esta vez es virtual y personal. Los participantes escogen dos poemas que los toquen. Los leemos juntos y vamos encontrando el tema, las imágenes, las sensaciones. No se trata de representar un poema porque yo quiera interpretar el texto, sino porque quiero soltar algo de mi alma, ese algo lo trato de ubicar en el poema. Es un trabajo de escucha y de reconocerme en el texto. Tratamos de romper con lo abstracto y encontramos acciones claras. Se trabaja desde la propia verdad: “para mí el desamor es de esta manera y esta es mi propuesta”.
¿Es para el público en general?
Sí. Tengo alumnos muy diversos. La idea del taller, del arte en general, es abrir nuestra alma. Entraremos en la conciencia del propio cuerpo y buscar un equilibrio cuerpo-mente-corazón. Finalmente se puede mostrar –o no– el poema de manera virtual invitando a quien desees.
¿Qué te ha aportado trabajar con poesía como artista escénica?
La sensibilidad. Realmente me he conectado conmigo misma. Ya no necesito ser un personaje –que muchas veces es un escudo. He perdido muchos miedos para mostrarme tal cual soy. He abierto mi alma al público. Al principio puede ser complicado. Eso no quiere decir que ahora es fácil. He encontrado un camino para llegar a ello. Me sorprende cada vez el resultado.
Para más información sobre el taller:
Correo: arteescuela86@gmail.com