Por Juliane Angeles Hernández
Foto: Tilsa Otta
En esta entrevista con Lee Poesía, la poeta y artista audiovisual Tilsa Otta habla de cómo surgió la idea del corto «C.M.H» —ganador a Obra Experimental, del Concurso Nacional convocado por DAFO (Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios) del Ministerio de Cultura del Perú—, de su visión de la poesía: para Otta, la poesía es «algo que está como vivo» y «no siempre está sentada en una mesa», de la primera novela que viene escribiendo y de su nuevo poemario.
Acabas de ganar el premio DAFO por tu corto «C.M.H», que aborda un tema muy urgente en el Perú: el feminicidio. El caso que tomas es el de la abogada Carmen Murillo Herrera, quien fue asesinada por su pareja en el 2013. ¿Qué te llevó a realizar esta pieza audiovisual?
Bueno, pienso que todas las mujeres sentimos que este es un problema de prioridad máxima. Porque básicamente las medidas que se han tomado a nivel de Estado, en el mismo el Congreso y el Poder Judicial han sido muy negligentes. Creo que, en general, muchas creadoras sentimos que tenemos que hacer algo para visibilizar el feminicidio. A partir de esa urgencia, o más bien de ese dolor de vivir rodeada de ese tipo de violencia, surgió la necesidad de expresar. La idea (del corto) nació por medio de un ejercicio semiótico, porque me interesa hablar sobre los lenguajes de los lenguajes, estudiar cómo se analiza la información en la TV, en el cine. Esas estructuras que a veces son invisibles para espectadores no muy entrenados, que creen que simplemente es entretenimiento. Pero si te pones a diseccionar te das cuenta que hay muchas cosas latentes y tendenciosas, y que es realmente una construcción bien manipuladora. A partir de eso empecé a desgranar los códigos de una imagen que vi en un noticiero, y a analizar cómo esos códigos pueden servir para decir algo de una forma más escabrosa.
El texto que aparece en la parte inferior del corto tiene el formato de las noticias de la sección Policiales: el nombre del victimario, su edad, seguido del hecho, el nombre de la víctima y la edad de esta. En algunos casos, los medios optan por colocar solo siglas.
Es cierto. Esa era la idea. Antes había ese código de colocar el nombre del asesinado en siglas, como una especie de ética o de querer proteger la privacidad de la familia. Pero, en el fondo, siento que no hay una protección real hacia la persona, porque al mismo tiempo la prensa puede lucrar con el dolor ajeno; cuando entrevistan a los familiares o enfocan la noticia de cierta manera. Creo que por eso mismo ahora se busca, cada vez más, visibilizar y humanizar a las personas que han sido víctimas, igual como los 43 de México, cuya campaña es mostrar sus rostros, como para no perder noción de que son personas como tú y yo, de que uno de ellos puedo ser tu amigo o tu hermano.
Al final las víctimas terminan convirtiéndose en una cifra más. Pasan al olvido.
Sí. Además este recurso de borrar o pixelar su rostro, como algo que va desapareciendo de nuestra memoria. Entonces, a partir de eso decía; si esto es así con la víctima, también ocurre con el homicida. Y también está la idea de Machu Picchu, que representa la identidad y el orgullo del Perú, que es marca Perú. Al final todo se va disipando, como si todo fuera bastante liquido; nuestra permanencia, nuestra identidad.
El jurado de DAFO consideró que el corto de Tilsa Otta es una «pieza conceptual, sencilla y potente. Un claro trabajo de intervención de la imagen que explora desde una crítica mediática la sensacionalización y desinformación sobre crímenes de feminicidio en el Perú. Un pieza potente y necesaria hoy en día».
Al inicio mencionaste que, como creadora, estos hechos te tocan. ¿Te parece importante que las personas que están vinculadas al mundo de la creación tomen una posición frente a temas como el feminicidio?
Me parece importante tomar una posición a nivel personal, porque son temas urgentes y hay mucho trabajo por hacer. Pero a un nivel artístico… No creo en la existencia del arte comprometido, que era un debate de nuestros padres, de la generación de los 70 y 80, de que el arte tiene que estar al servicio de la revolución. De algún modo, todo responde a una necesidad. Mientras responda a una necesidad me parece válido. Un arte que no tiene ningún discurso y que no parece comunicar nada, y que más bien está más orientado a seguir tendencias de mercado, sí me parece criticable.
¿Te interesa seguir tocando este tema en tus trabajos audiovisuales?
En realidad, estoy muy molesta. Antes hablaba de cosas muchas más abstractas, muchas más ligadas al surrealismo, —que también es una forma de reacción y de insurgencia respecto a la realidad, pero van más por un lado más escapista, alegre o soñador— que crudas. Siento que estoy aterrizando más en ese sentido. En cuanto a poesía, mi trabajo está más ligado a lo metafísico y místico. Pero en cuanto al video, que es una herramienta poderosa, más masiva e inmediata, creo que me llama mucho hacer este tipo de descargos. Y si no es por lo feminista —después de este trabajo no creo que haga otros más relacionados con el feminicidio— serán trabajos relacionados con el racismo y el clasismo.
Ahora que mencionas que en la actualidad tu trabajo poético está más ligado a lo metafísico, ¿qué piensas cuando se considera a Mi Niña Veneno en el Jardín de las Baladas del Recuerdo como el primer eslabón de lo Sentimentalito?
Yo misma no llego a entender qué es lo Sentimentalito. Pero, en primera instancia, me parece paja que le den importancia a mi libro, porque ellos ven su valor. En el sentido de que la poesía peruana ha tenido, por mucho tiempo, una solemnidad o un apego a lo académico, que a mi me parece muy aburrido. De hecho, yo escribo poesía desde muy chica y la mayor parte de mis amigos no pertenecen mucho al ambiente académico o literario, son más bien artistas plásticos, músicos o cineastas. Yo creo que la poesía tiene que ser mucho más vitalista. Y yo lo asumo así, como un modo de vida, a tiempo completo. Es una forma de cuestionar la realidad. Es algo que está como vivo. Incluso estoy yendo a México, porque siento que allí aprendo mucho. Allí la poesía está en todos lados, disparándose en todas las direcciones. Es muy ritual. Toca todos los temas, y no siempre está sentada en una mesa. Por ese lado, me parece chévere lo que hace la gente de Sub 25. Siento que justamente quieren romper con esa solemnidad. De hecho, me parece un poco graciosa la polémica que hay: esa de la gente mayor peleándose con ellos, criticándolos por esa frescura que quieren aportar a la escénica poética. Me parece que es gente que no ha hecho nada por cambiar un statu quo, que es soporífero y más bien busca romantizar la poesía per se, en lugar de hacerlo con la vida. No se dan cuenta que las cosas están cambiando y que se puede incorporar todo tipo de lenguajes. Yo, por ejemplo, trabajo mucho con los comments de YouTube o la forma en cómo la gente manipula el lenguaje en las redes. Son cosas que realmente están ocurriendo, y creo que deben ser parte de la poesía, porque la poesía es parte de todo. Entonces, me simpatiza mucho lo que están haciendo los chicos, quieren romper esa barrera, para que la poesía pueda ser algo accesible y divertido para todos. Me parece lindo que en sus lecturas hayan tocadas y asistan gente de todo tipo. En todo caso, la relación que hay entre mi poesía y lo que ellos están haciendo tiene que ver más bien con lo pop, con incorporar referentes del día a día, con no ver a la poesía como algo formal.
Una poesía que no se ancla en los referentes literarios necesariamente.
Sí, una poesía más pop, en el sentido que es posmoderna. Que toma algo de Wikipedia o de las películas. Una poesía que no está ligada a un libro o a referentes del 60, 50, 40 o 30. En ese sentido, me parece bien. Recuerdo que cuando publiqué mi primer libro, y ponía cosas como Gargamel o Los Pitufos —cosas que yo estaba viviendo—, decían “seguro le gusta mucho Luis Hernández, porque él habla de esas cosas”, pero yo me estaba inspirando en la vida, en la vida que estaba viviendo.
¿Y en estos momentos qué estás escribiendo?
Ahorita estoy escribiendo una novela. Estoy volcando ciertas nociones científicas que me interesan. Es un poco de ciencia ficción, pero también está ligado a lo que exploraba en “Dios es niña”, un corto que está ligado a ciertas pseudociencias místicas. Lo de ahora tiene que ver con el ocultismo y la alquimia. Son cosas que siempre he estado investigando, pero no a un nivel muy profundo. Tiene un montón de estas pastillas de conocimiento e información que he ido recolectando, y que van surgiendo a través de las vivencias de la protagonista. Y a parte de eso, estoy escribiendo poesía. Entre este año o el próximo ya sale mi nuevo libro, solo depende de la disponibilidad del editor que está en México.
¿Y qué temas tocas en tu nuevo poemario?
Este libro tiene muchos poemas de amor. Son poemas que guardaba solo para mí, no por roche, sino porque sentía que más bien pertenecían a la esfera de lo privado. Quizás no les daba un valor tan alto, y ahora sí. De hecho, no creo que el amor sea un tema menor. No hay tema menor. Este nuevo poemario [«La vida ya superó a la escritura»] tiene que ver con una reflexión sobre cómo el amor ha ido cambiando, desde esa poesía romántica —que la gente siempre tiene en mente— que tiene que ver con un amor muy cortés, muy clásico y monógamo, hasta el amor polígamo, el amor líquido, el amor a distancia o el amor a través de las redes sociales. Se trata de una nueva configuración de las relaciones románticas.
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