Poemas escogidos de Marosa di Giorgio, la poeta de las flores en llamas

Marosa di Giorgio Marosa di Giorgio.


Marosa di Giorgio nació el 17 de junio de 1932 en Salto, Uruguay. Residió en Montevideo desde 1978 hasta su muerte en agosto de 2004. Se trata de una de las voces mayores de la lírica latinoamericana. Su extensa obra poética está compilada en Los papeles salvajes, que reúne sus producción desde su primer libro, Poemas (1954), hasta Diamelas a Clementina Médici (2000).


La noche en que te conocí, 24 de agosto y llovía.

Iba con mis padres y hermana y nos refugiamos en una portal.

Rodaron mis caravanas, verde-azul de luna, o acaso sólo

cayó una. Y la recogí. Ella dijo (la caravana): Viste ese rostro

extraño. Yo contesté: No sabía que existía.

Y ¿cómo imaginarme el hechizo y la relación tan rara?,

los años siguientes, largos, pero con rapidez de nube.

…Allá lejos, está una niña y aguarda una respuesta.

O acaso sea sólo un hada cambiando los jazmines.


***

Se levantó un vitral en el campo.

Había subido a juntar margaritas. Pero al verlas tan bellas,

no toqué ninguna. Oscureció con bastante rapidez. Opacando

mi vestido en flor. Pero quedaban resplandores rojizos.

Y se levantó Eso. Alto, en forma de ojo. Era un ojo de pie,

una ojiva. Un ojazo hecho con sutilísimos vidrios en inefable

color. No puedo explicar qué color. Porque eran muchísimos,

y ninguno. No se parecían a nada que se conozca.

Sin darme cuenta había nido las manos y estaba de rodillas,

como cuando mi madre murió.


***

El sol era un disco redondo, plano, con esplendor, y en

todo su entorno una guirnalda de hierros breves, dorados,

retorcidos. Parecía un espejo.

Y que se pudiera quitar y usar.

Lo  saqué, lo agarré. No me costó nada. Estuve un rato

indecisa. Y luego lo puse en el tocador.

Pero no me atreví a mirarme en él. Mi cara en el sol!…

No era tan audaz. Como siempre, de todos los ámbitos, de

todos los rumbos, me llamaron; y no acudí.

Desde hace muchísimo tiempo estoy quieta cuidando el sol.


***

De la espalda de Mario nace una rosa, un grueso tulipán

dorado, una flor de zapallo, que yo frío con levísima sal y

me la como. Y sigo: Salió de la raíz de Mario.

Él avanza como un lobo con agudos dientes, mira una y

otra parte.

Y se queda azorado ante mi versículo.

Mi canto del cisne.


***

Yo que corría a tu lado como una sombra, como una

invisible luz, y asistí a la gloria de la mañana y de la tarde de

cada día, y veía caer del cielo un coco y su rayo esplendoroso,

y, adentro, nácar (¡Que se abra! ¡Que se abriera), que no.

Y llevé en el solitario corazón todos los claveles rojos

que en el mundo han sido, sólo porque existías,

porque tu cara

era como era.

 

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