Compartimos un texto escrito por Cynthia Pimentel, quien da cuenta —a modo de crónica— del momento en que nació Hora Zero en su casa en Jesús María. Un relato desde otra mirada que coincide con los 50 años de la fundación del movimiento y la aparición de la revista. Volvamos a las primeras horas de la década del 70, cuando el manifiesto «Palabras urgentes» estaba listo para ver la luz.
Por Cynthia Pimentel
El Movimiento Hora Zero nació a las cero horas de 1970, acontecimiento que fue celebrado con un brindis de champaña e Inca Kola (no bebo licor) con la participación de mi madre, mi tía Licha, mi hermano, Juan Ramírez Ruiz y yo, en la sala de nuestra casa ubicada en Francisco de Zela 861, Jesús María, sede del histórico garaje que se convirtió en el cuartel general de esta raza de poetas, músicos, artistas plásticos, mimos, cineastas, filósofos, narradores, pensadores, hombres de teatro, genios, quienes, casi niños, suscitaron el asombro de los ciudadanos del mundo.
Esa noche, mi hermano y Juan se allegaron a nosotras con una alegre sonrisa, habían tomado la ruta interior que unía la casa familiar con el garaje. Como las demás no lo conocían de antes, Coco colocó su mano sobre el hombro del muchacho y lo presentó: «les presento a Juan Ramírez Ruiz», dijo; inmediatamente le dimos la bienvenida, le acogimos e invitamos a participar de la celebración.
Entre tendidas de mano, mi hermano acerca su voz a mi oído y me dice: «el movimiento tiene nombre, se llama Hora Zero». Así, una vez pronunciadas las bienaventuranzas, Coco anuncia, teniendo por testigos a su madre, a su tía y su hermana y al mismo Juan, que ha nacido el Movimiento Hora Zero y los cinco brindamos por la vitalidad de esta nueva era, felicitándonos unos a otros en garantía de triunfo.
Juan, contento, educado, permaneció con nosotros un tiempo y se retiró. Enseguida, una vez concluídos los agasajos, Coco me condujo al garaje, en donde vivía ya un buen tiempo («me mudo al garaje», había dicho) y allí me mostró el primer número de la revista Hora Zero que en hatos y sin desembalar habitaba el recinto lista para tomar las calles, pero, en primer lugar, el puesto del señor Jáuregui, ubicado en el Parque Universitario. Lo demás es vida y es historia. Una historia de asombro.
Los muchachos habían estado trabajando todo ese día, víspera de Año Nuevo, para culminar su obra y esconderla en el garaje pues no debía ver la luz hasta el año 1970, es decir, hasta el día siguiente. En cuanto al manifiesto, me fue mostrado el borrador con antelación para ponerme generosamente al tanto y corregir los errores ortográficos. Ellos iban y venían de la Universidad Enrique Guzmán y Valle ‘La Cantuta’ a fin de aprovechar su máquina con la complicidad de Manuel Velásquez Rojas, rutina colosal por aquel entonces.
El manifiesto fue escrito con una máquina de escribir marca Olivetti, portátil y de letra inmejorable, obsequiada por mi padre. Con ella mi hermano escribió sus primeros poemas, navegó los océanos y pintó sus crónicas, con ella escribió Kenacort y Valium 10, Ave Soul, Palomino, Primera Muchacha, el poema ‘Muerte natural’ y Tromba de Agosto, o sería mejor decir ‘transcribió’, porque escribe a puño y letra. Y también me sirvió en mis primeras colaboraciones periodísticas.
La vida en el garaje de Hora Zero trascurría infatigable, colmada de muchachos que insaciablemente conversaban, analizaban, planificaban, proyectaban, diseñaban acciones a tomar. Teníamos una biblioteca comunitaria, de manera que los libros iban y venían en abundancia. Las revistas se multiplicaron, los viajes a provincias también, al igual que las entrevistas y los recitales.
50 años de poesía galopante, precedidos por años de rigurosa y brillante gestación, acompañados de actos contundentes: por ejemplo, la decisión de consignar en el acápite de ‘ocupación’ de la Libreta Electoral (hoy Documento Nacional de Identidad), el oficio de POETA, acto sin precedentes.
Había que dejar constancia que HZ consideraba el ejercicio poético un oficio, un trabajo, un empleo. Este gesto inauguró física y oficialmente una era. En adelante, los poetas fueron reconocidos y respetados como tales. Y asumieron la Poesía a tiempo completo. Despejaron la vía para todos.
Empezó entonces una revolución en las conciencias, una libertad ilimitada, una autoestima y una reivindicación indispensable, responsabilidad y obligaciones. Sin vuelta atrás.
Si “Palabras Urgentes” es la partida de nacimiento del MHZ, la validación del oficio de ‘poeta’ en la Libreta Electoral, hoy Documento Nacional de Identidad (DNI), es su carta de ciudadanía. Había que calibrar la empresa y colocar los fundamentos.
Nunca más la Poesía sería un pasatiempo. Actos y poemas respaldaron esta jerarquía. Los muchachos fueron consecuentes. Sin vacilaciones. ¿Cuándo se tomó esta decisión? Por lo menos tres o cuatro años antes del nacimiento oficial de Hora Zero, pues yo vestía aún uniforme escolar.
Hora Zero, pues, nació con una sólida doctrina y actitud bien definida, ejército que como los «trescientos rayos de la madrugada, forman un grito espléndido y bien logrado» (versos de Jorge Pimentel pertenecientes a un poema profético publicado en la revista Harawi). Hora Zero ejerce su oficio en grado heroico. Alegre, visionario y generoso, nació del amor, es un acto de amor y por ello es irresistible.
Porque, hay que entenderlo bien, Hora Zero es una obra de arte. Una obra maestra.
CPV-HZ