Por Juliane Angeles
Foto: Luc de Rooy
A Frank Báez le bastó un verso de Dylan Thomas para abandonar la idea de formar una banda de heavy metal y empezar a escribir poesía. Desde entonces ha publicado cinco poemarios y ha sido traducido al francés, alemán, italiano y sueco. La barba de Walt Whitman, el chocolate Milky Way, el mar caribe y la Macbook de su hermana forman parte de su universo poético. «La poesía está ahí en la vida y lo único que uno tiene que hacer es prestar atención», señala Báez, quien fue uno de los invitados de la Feria Internacional del Libro de Lima 2019. Se trata de una de las voces más interesantes de la poesía dominicana.
— ¿Tu padre tuvo mucho que ver en tu acercamiento a la poesía?
Mi padre fue un gran lector de poesía. A veces se pasaba las tardes leyendo poemas. Cuando terminaba un poema siempre decía que le recordaba otro, y entonces iba a buscar el poemario en cuestión en su biblioteca. Esa fue una gran lección. Me hizo entender que la lectura de poesía es infinita, no se agota, es como si existiera un solo poema que la humanidad entera va escribiendo. En mi adolescencia, la mayoría de los poemas que mi papá leía me parecían rancios y desfasados. Sentía que no me hablaban directamente. En esa época, no me interesaban los poemas de amor ni los nostálgicos ni los políticos. Pero una tarde leyó un poema de Dylan Thomas que me voló la cabeza. De pronto estaba este poeta, muerto hace muchos años, pero que me hablaba directamente, que le ponía palabra a lo que sentía y a todo lo que tenía en la cabeza. Tan solo bastó un poema. Es más, ni un poema, solo un verso, uno que decía: “La mitad del mundo es del demonio y la otra mitad es mía”.
— ¿Un verso que te despertó?
Exacto. Fue como un submarino que choca con un calamar gigantesco que había estado dormido por cientos años y que de repente despierta. Desde entonces me he pasado la vida buscando versos que tuviesen el mismo efecto.
— He tenido la oportunidad de leer tu poesía. Lo cotidiano y el humor están muy presentes, como en el poema sobre el chocolate Milky Way o el mar Caribe…
Es que la poesía surge de lo cotidiano. La poesía está ahí en la vida y lo único que uno tiene que hacer es prestar atención.
— ¿Cuál es tu relación con ese lector que está a punto de leerte?
Es una relación cercana. Me gusta tomarlo de la mano y llevarlo a pasear por el poema como si fuese el callejón de un barrio caliente. Es como Virgilio llevando a Dante por el infierno. Cuando empiezo a escribir es importante saber que hay alguien ahí, que ese alguien va a repetir mis palabras y las hará suyas.
— Hay muchas maneras de llegar a la poesía.
Claro, hay muchísimas. Hay poesía para todo el mundo. La gente que reniega de la poesía es porque no ha dado con un poema que lo estremezca.
— Tengo entendido que perteneces a una banda llamada “El Hombrecito” que realiza eventos poéticos en bares, lugares que aparentemente no tienen nada que ver con la poesía.
El Hombrecito es un proyecto que empezamos con Homero Pumarol, que es otro poeta dominicano. Como no había editoriales que publiquen poesía o revistas, tuvimos la idea de sacar la poesía de los libros y llevársela a la gente.
— Sacar a la poesía de los lugares tradicionales…
Sí, porque esos sitios estaban muertos. A los recitales no iba nadie. Hace como quince años me pasó lo siguiente. Sucede que me incluyen en una antología de poesía dominicana. El lanzamiento de la antología consistió en un recital donde además iban a repartir un ejemplar para cada poeta. Por lo que la dinámica era que te llamaban, te daban el libro y tú leías el poema seleccionado. Parecía como una entrega de diplomas del colegio. La cosa es que nadie se quedaba. Tan pronto leían se marchaban con el libro bajo el hombro. No había respeto ni curiosidad. Como yo era el más joven de la antología y estaba de último, me quedé hasta el final y cuando leí no había nadie en el salón.
— Si a una lectura de poesía solo asisten poetas, algo no está funcionando…
El Hombrecito surgió de esa crisis. Homero y yo dimos un recital en que decidimos no mencionar la palabra poesía. Así que hicimos un afiche que decía “Presentación de El Hombrecito”, lo hicimos en un bar y cobramos la entrada. Fíjate, estábamos cobrando la entrada para un recital en un momento que nadie iba a los recitales de poesía. Pero entonces pasó lo más extraño del mundo: el bar se llenó. Ahí nos dimos cuenta de que existía un potencial, de que había un interés, pero que había que salir de los lugares tradicionales y servirnos de nuevos formatos. Con el tiempo, añadimos músicos al concepto y de buenas a primeras teníamos una banda. A la fecha El Hombrecito ha sacado tres discos y se ha presentado en varios países. Los discos los pueden escuchar en Youtube o Spotify.
— «El fin del mundo» es una frase apocalíptica, que nos remite al futuro o también a las pasadas guerras mundiales, pero en tu último libro titulado «Llegó el fin del mundo a mi barrio» no solo traes lo apocalíptico al presente, sino también a tu barrio. ¿A qué responde esa precisión?
Bueno, te explico por partes. A principios del 2016, la revista Terremoto sacó un número llamado La vida eterna y me pidió unos poemas que tuvieran que ver con los místico, lo espiritual, lo encarnado y un concepto antropológico que se llama “giro ontológico”. Mi propuesta fueron varios poemas que giraban con la idea apocalíptica de un barrio que estaba todas las noches llegando a su fin, con las profecías de Nostradamus y con la gentrificación. Pues ese mismo año, una editorial mexicana, me pidió un poemario y yo seguí trabajando esa idea, ahora en formato de libro, pero no llegué a cuajarla. El libro salió y a mí me quedó como un desazón. Entonces mi padre falleció y yo volví a trabajar con los poemas, añadiéndole a los que ya tenía, varios de tono elegíaco, de nostalgia y de desamparo. El libro salió este año en Sonámbulo ediciones y lo presentamos en la Feria del libro de Madrid.
— Para terminar, ¿qué impresiones tienes sobre la poesía peruana?
Amo la poesía peruana tanto como su gastronomía. El Perú -al igual que el Caribe- es un lugar donde convergen muchas culturas y esto enriquece sus referentes poéticos. Así como la geografía del Perú, su poesía tiene mucho de sierra, costa y selva. Cualquiera que quiera comprobarlo que lea a Watanabe, luego a Hinostroza y después a Verástegui. Se va a dar cuenta que pasar de un libro a otro es lo mismo que cruzar de una región geográfica a otra. Hay dos poetas que quiero mucho, pero que son mayormente conocidos por su narrativa. Me refiero a Oswaldo Reynoso, a quien conocí poco antes de su muerte y que me sigue impresionando. La otra es Claudia Ulloa que es una de mis mejores amigas. Siempre le he dicho que si organiza sus cuentos en vertical pueden transformarse en los mejores poemas del mundo.
Cerramos la entrevista con un poema de Llegó el fin del mundo a mi barrio.
28
Llegó el fin del mundo a mi barrio
sin que a nadie le importara.
Mis padres tenían puesto CNN
esperando el boletín especial.
Los liquor stores y las tiendas
siguieron abiertos hasta tarde.
Nadie comprendía las señales.
Hasta la mujer que vio la silueta
de La Virgen de la Altagracia
en el cristal delantero de su jeepeta
fue al car wash a lavarla.
Nadie se percató que aquel caballo blanco
que arrastraba una carreta de naranjas
era del apocalipsis.
Moteles y bingos estaban abarrotados.
Las evangélicas que con sus panfletos
habían anunciado tanto el fin
se fueron a la cama temprano.
No cortaron las líneas de teléfono.
Ni se llevaron el agua y la luz.
Nadie vio las estrellas que caían del cielo.
Para cuando el arcángel Miguel sonó la trompeta
el partido de los Yankees
iba por el octavo inning.
► «Llegó el fin del mundo a mi barrio» | 5 poemas de Frank Báez
Sobre el autor
Frank Báez (Santo Domingo, 1978) es un poeta dominicano, autor de cinco poemarios, entre los que destacan Postales, que ha sido editado en siete países y que fue galadornado con el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña en 2009, Anoche soñé que era un DJ y Llegó el fin del mundo a mi barrio. Ha sido traducido al francés, alemán, italiano y sueco. Ha publicado el volumen de cuentos Págales tú a los psicoanalistas, tres libros de crónicas de viajes que han sido reunidos en el volumen La trilogía de los festivales y una recopilación de artículos titulada Lo que trajo el mar. Es editor de la revista Global y de la revista de poesía Ping Pong. Es uno de los fundadores del colectivo El Hombrecito. Fue escogido por el Hay Festival Cartagena como uno de los autores que conforman Bogotá39-2017.