Erotismo y revolución: 5 poemas de Gioconda Belli

gioconda belli

Gioconda Belli es una poeta y novelista nicaragüense que desde muy joven ha participado activamente en política. Formó parte del movimiento revolucionario para derrocar a Anastasio Somoza y actualmente pertenece a la oposición de Daniel Ortega. Ha publicado ocho novelas, ocho libros de poesía y dos libros para niños. Sus poemas están impregnados de sensualidad femenina, de erotismo y de sentido social. Aquí una muestra de su poesía.

 

Selección: Mavi Vásquez

Foto: giocondabelli.org

 

Y Dios me hizo mujer
(1973)

 

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

 

Huelga
(1978)

 

Quiero una huelga donde vayamos todos,

Una huelga de brazos, de piernas de cabellos,
una huelga naciendo en cada cuerpo.
Quiero una huelga
de obreros de choferes
de palomas de flores
de niños de mujeres
de técnicos de médicos.
Quiero una huelga grande
que hasta el amor alcance.
Una huelga donde todo se detenga,
el reloj las fábricas
el plantel los colegios
el bus los hospitales
la carretera los puertos.
Una huelga de ojos, de manos y de besos,
una huelga donde respirar no sea permitido
una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos
del tirano que se marcha.

 

La sangre de otros
(1982)

 

Leo los poemas de los muertos
yo que estoy viva
yo que viví para reírme y llorar
Y gritar Patria Libre o Morir
sobre un camión
el día que llegamos a Managua.
Leo los poemas de los muertos,
veo las hormigas sobre la grama,
mis pies descalzos,
tu pelo lacio,
espalda encorvada sobre la reunión.
Leo los poemas de los muertos
y siento que esta sangre con que nos amamos
no nos pertenece.

En la Doliente Soledad del domingo
(1982)

 

Aquí estoy,
desnuda,
sobre las sabanas solitarias
de esta cama donde te deseo.
Veo mi cuerpo,
liso y rosado en el espejo,
mi cuerpo
que fue ávido territorio de tus besos,
este cuerpo lleno de recuerdos
de tu desbordada pasión
sobre el que peleaste sudorosas batallas
en largas noches de quejidos y risas
y ruidos de mis cuevas interiores.
Veo mis pechos
que acomodabas sonriendo
en la palma de tu mano,
que apretabas como pájaros pequeños
en tus jaulas de cinco barrotes,
mientras una flor se me encendía
y paraba su dura corola
contra tu carne dulce.
Veo mis piernas,
largas y lentas conocedoras de tus caricias,
que giraban rápidas y nerviosas sobre sus goznes
para abrirte el sendero de la perdición
hacia mi mismo centro
y la suave vegetación del monte
donde urdiste sordos combates
coronados de gozo,
anunciados por descargas de fusilerías
y truenos primitivos.
Me veo y no me estoy viendo,
es un espejo de vos el que se extiende doliente
sobre esta soledad de domingo,
un espejo rosado,
un molde hueco buscando su otro hemisferio.
Llueve copiosamente
sobre mi cara
y solo pienso en tu lejano amor
mientras cobijo
con todas mis fuerzas,
la esperanza.

 

Memoria sagrada
(2014)

 

En mi tierno país menudo y desgarrado
el poder niega la razón de Heráclito
y anuncia con bombo y platillo
que es posible bañarse dos veces
en el mismo río.
¿Será que el pasado se repite?
¿Quién ha visto pasar de nuevo a los muchachos?
¿A los fantasmas quietos cuyos nombres mastican
las mandíbulas de los políticos?
¿Cuántos hemos visto salir de sus tumbas?
La estática, hermosa, memoria
—esa donde aún somos jóvenes
y donde la desilusión y el cinismo
aún no ha cavado sus túneles ni desatado sus trombas—
rehúye las manos ávidas
que intentan reinventarla deslavada,
cercenadas sus aristas,
convertida en papelillo de feria
en escenografía de la vanidad.
Tantas memorias sagradas
rehúsan someterse a la reescritura
y yacen en nuestro pecho amuralladas.
Sobre ellas se cierne la amenaza
de una monumental y desacertada
falsificación: las imágenes retocadas con embrujos,
los retratos alterados en una sucesión
de contrasentidos.
Hábiles prestidigitadores
sacan nuevas significaciones de la manga,
hacen saltar conejos de sombreros de mago
y a escondidas, de noche, sueltan los zorros
que habrán de degollarlos.
Me pregunto si seremos un caso terminal de desesperanza.
Los desabridos iguales que los ávidos
condenados a morir atenazados
por la retorcida espiral
de nuestra ingrata historia.
Veo las luces de Managua
Titila mi ciudad pequeña
como un cofre de joyas:
rutilante botín
de los saqueadores de tumbas.

 

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