Valeria estudió en un colegio de monjas como en el que me llamaban Ana Cé por los pasillos. Ahí conoció la disciplina, los silencios y las coreografías de la prolijidad que exigen la buena caligrafía, la falda debajo de las rodillas, los exámenes que demandan memoria, las clases de costura y repostería y el pelo perfectamente amarrado.